El corazón de la camiseta de Julen Guerrero, con el «100» arriba, el corazón rojo en el medio y «Athletic» debajo le va a costar al jugador una multa equivalente a la que reciben los clubes cuando las hinchadas se ponen a hacer el mono e insultan a los futbolistas negros. El racismo se paga al mismo precio que el amor a unos colores. Son cosas que pasan en el fútbol. Como es lógico, Rubinos Pérez tuvo que aplicar el reglamento y habrá consignado en el acta del partido que en el minuto tal, el jugador tal se quitó la camiseta y exhibió otra por debajo con la inscripción tal. Ha pasado otras veces con los jugadores que animan a compañeros lesionados o se solidarizan con alguna tragedia. Dura lex, sed lex, que no es un anuncio de vajillas sino un aforismo latino. «La ley es dura, pero es la ley». Guerrero lo sabía, tenía asumido que su gol cien en la Liga le iba a costar una tarjeta amarilla, pero estaba dispuesto a pagar el precio. Julen, al margen de que su decadencia futbolística es evidente pese a los destellos de clase que todavía lanza de vez en cuando, como el gol de ayer, es Athletic cien por cien. Muchos lo son, y tiene mérito. Ser del Athletic en estos tiempos no es fácil, salvo que seas vizcaíno, que aquí es más llevadero. Son Athletic cien por cien los 5.000 aficionados que viajaron a Viena y los cien mil que no pudieron ir. Lo son también quienes, pacientes, aguantan partido tras partido sin ponerse de uñas, los goles en contra que marcan los rivales, como ayer el del Albacete. Son Athletic cien por cien, los valientes de Torrevieja, Minglanilla, Cuenca, Linares, Murcia, Cieza, Aguilas, San Pedro del Pinatar, Burgos, Madrid y muchos etcéteras que cada semana cumplen con el precepto de comprar el partido del Athletic en el peiperviú para verlo en el local de su peña. Por supuesto, son Athletic cien por cien el presidente Fernando Lamikiz y el entrenador Ernesto Valverde. Claro que hay visiones diferentes de lo que es ser cien por cien Athletic. Lamikiz es rojiblanco desde el bautizo. De niño tenía su camiseta rojiblanca de algodón, no era muy ducho con el balón en los pies así que se conformaba con soñar con el Athletic. Los últimos triunfos le llegaron en la veintena. Se le suponen, como al resto de los bilbainos de su edad, unas cuantas juergas a costa de las dos Ligas y la Copa de los felices ochenta, y un viaje fantástico a Madrid para ver la final de Maradona. Ese día, Dani, que ahora está en su organigrama, levantó el trofeo mientras los demás se zumbaban en el césped. Finalmente consiguió su sueño: ser presidente. Y creyó que era su obligación limpiar el club. Ya ha terminado. Ahora le toca empezar a construir, con un proyecto cien por cien Lamikiz, que pretender ser, por supuesto, cien por cien Athletic. Ernesto Valverde tal vez no sea rojiblanco desde la cuna, pero lo es por maduración intelectual. Suele pasar que las convicciones adquiridas así son tan férreas o más que las que vienen desde la cuna. Así que también es cien por cien Athletic, como Lamikiz, como Guerrero. Y ha decidido marcharse. Cree que es lo mejor y tal vez tenga razón, porque lo que ve y oye no le gusta demasiado, y se siente de más en un proyecto que comenzó hace dos años sin pensar en la política del deporte, sólo en el juego. «Se ha ganado nuestro respeto», dice Lacruz. Y dice la verdad.
Artículo publicado el 7 de marzo de 2005 con motivo del gol número cien de Julen Guerrero con la camiseta del Athletic