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Lezama es un ministerio por orden de Luis Fernández, algo que en principio no está mal. El de Tarifa, sin embargo, no ejerce de ministro sino de sumo sacerdote del templo rojiblanco, por lo que aquello se convierte en una mezcolanza extraña, algo así como una sinagoga con reloj de fichar. Con la excusa de que el Athletic es el Athletic y lo que ello supone en Bilbao, en Bizkaia, en Euskadi y -para aquellos que se creen que el mundo termina en el alto de Orduña- en el universo; ungido por el óleo sagrado por el que se distingue a los representantes de San Mamés en la tierra; dotado de la infalibilidad que se le supone en asuntos celestiales al Papa en Roma y en temas futbolísticos a Fernández en Bilbao, el entrenador hace y deshace a su gusto. Mejor, a impulsos de su cambiante humor. El contencioso con la prensa se ha convertido en una enfermedad crónica, aunque con dos caras: la más desagradable, la que ofrece a los de a pie, esos que se tienen que ganar el sueldo cada día acudiendo a Lezama a presenciar dos horas de aburridos entrenamientos (cuando se puede, porque muchas veces la escuela rojiblanca es más opaca que los archivos secretos del Vaticano). La cara amable la presenta a quienes, como él, son números uno de su promoción aunque en la radio y la prensa. Para esos no hay obstáculos, sólo bromas y buenas palabras. Son los que, a la vista del percal, o porque la espesa niebla que rodea el pedestal en el que están aupados no les deja ver el fondo del valle, se creen que todo el monte es orégano y hablan y no paran de la accesibilidad y la humanidad del personaje y su disposición para estar donde se le llame. Aunque sólo dependiendo de quien le llame, claro. Porque los números uno no van a Lezama, y cuando quieren que un jugador les haga el programa, a la hora que sea, hablan con el sumo sacerdote y asunto arreglado. Con ellos no van las rotaciones, y suerte tienen. ¿No lo saben? Para la prensa también hay rotaciones, como en el campo. Tal vez para que a los jugadores no se les canse la lengua hay una lista de futbolistas que maneja uno de los acólitos del sumo sacerdote. Se piden opiniones y el monaguillo decreta: «Este ya ha hablado, este también» y hay que tirar de lista, y al final de la semana la lista disminuye, y tal vez el que salió el lunes marcó tres goles el miércoles y se lesionó el jueves, pero el viernes no habla porque agotó el cupo. Y la lista obliga a tirar, porque no hay otro remedio, de quienes -con todo el respeto- no tienen ningún interés informativo. Pero hay que agotar la lista para que vuelva a empezar. Verbigracia, ayer quedaban por hablar Valencia, Bolo, Felipe, Nagore, José Mari, Jorge Pérez y Alkiza. Los dos primeros no han debutado en la Liga y no parece que lo vayan a hacer en Anoeta; Felipe y Nagore no son, tampoco, titulares indiscutibles. Quedan tres y a Jorge Pérez, que está en la lista, el sumo sacerdote no le deja hablar porque es muy joven. Así pues, dos y también Imaz, al que con lazo se cazó a la salida, montado en su coche y camino de casa. Menos mal que ellos no ponen pegas, porque ya sería el acabose. El sumo sacerdote dirige a impulsos de su humor y los dioses del Olimpo rojiblanco -los miembros de la junta directiva- levitan dos pies por encima del suelo sobre las alfombras de la zona vip en los estadios de la Liga de Campeones. Desde el monte sagrado no ven, no quieren ver, o, incluso les divierte el espectáculo. Porque lo es. Y los pobres mortales de a pie contribuyen al circo. Ya se sabe que su máxima ambición es recibir una mirada de los dioses, así que cuando el sumo sacerdote les convoca a un cónclave y acuden ceñudos a plantar cara, se derriten a la mínima y acaban brindando con champán (¿francés?) para que quien les amarga la existencia tenga una larga y venturosa vida.

Artículo publicado el 7 de noviembre de 1998 que remite a la complicada relación de Luis Fernández con la prensa bilbaina

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Las listas del Sumo Sacerdote

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