¿Cuándo se ha visto esto? Pasillo de honor antes del partido y no se retiraba ninguna gloria del Athletic ni había título alguno por celebrar. Las figuras deportivas locales no han brillado a estas alturas del año ni se esperaba a celebridades ajenas al deporte para hacer saques de honor. Nada de eso. Era el día del árbitro, ni más ni menos. El día del árbitro, leyó Megía en los periódicos al desayunar por la mañana en un hotel de cuatro estrellas, como les recomienda el Colegio Nacional que preside Sanchez Arminio, la persona a la que peor le sientan los trajes en este país -le sobra papada, le falta cuello a la camisa-, y se dijo: «Esta es la mía». El y sus ¿ayudantes? que utilizaban el banderín como una fregona y el reglamento igual que los picadores malos la vara para sacarles las tripas a los toros. El día del árbitro es otro esperpento más. Está incluído dentro de esas ridículas costumbres que está adoptando el mundo del fútbol, empezando por la musiquilla de la Liga Campeones y terminando por los cínicos apretones de mano al comienzo de los partidos entre futbolistas que se van a dar de patadas unos minutos más tarde. El día del árbitro. Un homenaje al colectivo más opaco del deporte, al menos en España. Un reconocimiento a quienes peor hacen su trabajo ganando más dinero. Hay que ayudar a los árbitros, dicen los bienintencionados, que los hay muchos, pero poco se puede ayudar a un colectivo que no deja de trabajar ni cuando se les muere un compañero camino de un partido. Así que Megía pensó que era su día, y que se iba a tomar unos minutos de gloria. Al menos quince, y en esos minutos destrozó un partido, ayudado por la fogosidad de Amorebieta, que todavía no conoce el percal, y la indolencia de Yeste, capaz de simular una falta y dejar a un compañero, recién llegado, a los pies de los caballos. Ya ningún árbitro lee a Escartín. Hace unos cuantos años que el autor del reglamento comentado que más ediciones ha vendido, murió nonagenario y seguramente amargado por lo que se le venía encima al mundo del arbitraje. Nadie sigue ya la escuela de Gardeazabal o de Ortiz de Mendibil ni estudia las recomendaciones del clásico Escartín, que lo mismo aconsejaba cuál era el calzado más adecuado que sobre la templanza y la prudencia que debían presidir la vida profesional y social de los árbitros. Cuéntenle eso a Rafa Guerrero. O a Megía. En el fútbol sobran árbitros y días del árbitro. Bastante tenemos con el día del padre que organizan los grandes almacenes, y con el de los Inocentes, que al menos se celebra en fechas sin fútbol. Dios nos guarde de megías. Escartín, Gardeazabal, cuánto os echamos de menos. Postdata: Quitarle una camiseta a un niño es robar, aunque el niño haya saltado la valla. Si hace falta, se le echa una multa a su padre o se le aplica la ley de prevención contra la violencia en los estadios, pero la camiseta se la regaló Dañobeitia y ni la teniente O´Neal ni el gigantón que ejerce de maestro de matoncillos tienen derecho a quitarle nada. Faltaría más. Ya tienen bastante con maltratar fotógrafos y locutores de radio. Que dejen en paz a los niños. Save the children.
Artículo publicado el 13 de marzo de 2006 después de un partido dramático contra el Cádiz en el que Megia Dávila hizo repetir un penalti (por un balón sacado con la mano de dentro de la portería) en el último minuto.