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Aquel empate de escándalo


En 1950, en la Unión Soviética se reestableció la pena de muerte, al menos de manera formal, porque bajo el puño de hierro de Josef Stalin, las purgas eran constantes y las muertes en las checas y los campos de concentración se repetían a diario. Fue un año revuelto fuera de España, donde la dictadura de Franco no permitía la más leve desviación. En Bélgica, el Gobierno organizó una consulta para ratificar al rey, Leopoldo III, que se convirtió casi en la chispa de una guerra civil. Los valones votaron contra el monarca; los flamencos, a favor. Se reprodujeron las revueltas hasta que el rey abdicó en su hijo, Balduino.

Un par de meses antes, en la Liga, las cosas transcurrían con normalidad. Esa temporada, la fábrica de hojas de afeitar Palmera, se decidió a dar un paso en su estrategia publicitaria y, entre afeitado y afeitado, lanzó un álbum de cromos de la Liga, con la alineación titular de cada equipo. En aquellos tiempos sin rotaciones, los cambios eran inusuales, salvo por fuerza mayor, así que de los once que jugaron en el estadio Metropolitano frente al Atlético de Madrid, sólo tres no figuraban en la página del Athletic en aquel álbum de Palmera.

Molinuevo, el portero que llegó del exilio procedente del Racing de París, sustituía a Lezama. En mal día, a la vista del resultado, porque aunque no le achacaron ningún error, recibió seis goles. El navarro Serafín Areta ocupaba la plaza de Celaya y Berasaluce se alineó en el puesto que en los cromos le correspondía a Canito.

Areta había debutado la semana anterior en San Mamés; Berasaluce, procedente del Getxo, una jornada antes. Como afirmaban los periódicos, era su presentación en Madrid. Eran jóvenes y tímidos ante los medios de comunicación: "Yo todavía no voy a hablar nada. Más adelante, más adelante...", decía Berasaluce a los periodistas, a la llegada de los bilbainos a la capital. A Areta le llamaban Arate en la prensa de Madrid.

El resto, los mismos, salvo para el diario Marca, a quien un error tipográfico le llevó a cambiar a Panizo por Pahiño, futbolista del Real Madrid. ¿En qué estaría pensando el linotipista? Tal vez en aquel resultado inusual de empate a seis, que no se veía ni en aquellos tiempos. No cabía en ninguna cabeza futbolística que un equipo que marcara seis goles, recibiera otros seis en el mismo partido.

En aquellos tiempos, cualquier partido del Athletic –llamado Atlético por imperativo legal–, levantaba expectación. No en vano los rojiblancos eran líderes absolutos en la historia de la Liga, y los únicos que tenían un trofeo liguero en propiedad, después de haber gasnado cinco títulos alternos.

Aquel 29 de enero de 1950, la portada de Marca resultaba una premonición de lo que iba a ocurrir. Sacaba a gran tamaño, los dibujos a carboncillo de los rostros de los cinco delanteros que ya habían alcanzado la fama por su poder ofensivo, y cuyos nombres recitaban de carrerilla todos los aficionados al fútbol: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza.

En el banquillo del Atlético de Madrid se sentaba un tipo peculiar, el argentino Helenio Herrera, que había desarrolado toda su carrera como futbolista en Marruecos y en Francia. Allí ganó su único título, la Copa de Francia con el Red Star parisino. Después comenzó su carrera como técnico y en 1948 recaló en España. Su primer destino fue el Valladolid y en la temporada 1949/50 fichó por el Atlético de Madrid. Después completaría sus mejores años en el Barcelona y el Inter de Milán. Allí tenía como ayudante al director de cine Gonzalo Suárez, hijo de su pareja sentimental, María Morilla. El realizador, entre otras películas, de "La Regenta", ha contado muchas de sus peripecias con HH, en artículos periodísticos escritos bajo el seudónimo de Martin Girard.

En la víspera, Herrera aseguraba que ganarían el partido, aunque no añadió una de sus coletillas más famosas: "Sin bajarnos del autobús", que se unió a otra frase legendaria del técnico, que falleció en 1997: "A veces se juega mejor con diez que con once".

Y no le faltaba razón, porque en aquel choque del Stádium Metropolitano, el Atlético sufrió la lesión de Lozano, al comienzo de la segunda parte. El defensa colchonero siguió en el campo de manera testimonial, o eso pensaron los jugadores del Athletic. En 1950 ni siquiera se planteaban las sustituciones. Se había logrado, eso sí, un cambio sustancial cuando se permitió que en el banquillo se sentara un portero suplente, que sólo podía reemplazar al titular en caso de lesión.

Así que la defensa bilbaina, que no rojiblanca porque en esa ocasión los hombres del Athletic vestían la camiseta arlequinada azul y blanca, se confió demasiado y Lozano consiguió de cabeza el que desde entonces se conocería como "el gol del cojo". Se había colocado de extremo izquierda para no molestar demasiado, y en una acción de Juncosa, en el minuto 22 de la segunda parte, acudió cojeando ostensiblemente, y remató de cabeza para batir a Molinuevo.

El partido era un tobogán. Comenzó ganando el Athletic con un gol de Gainza tras combinar con Panizo. El empate lo metió Areta en propia puerta después de un disparo del sueco Carlsson y el 2-1 para los locales, lo hizo Ben Barek. Gainza hizo el empate a dos, justo cuando se lesionó Lozano, e Iriondo, el tercero, de penalti por zancadilla de Aparicio a Panizo. En el minuto 11 de la segunda parte, Iriondo marca el 2-4 y en el 19, Zarra el 2-5, demoledor. Luego llegó el gol del cojo, y apenas un minuto más tarde, en el 23 de la segunda parte, Iriondo dribla a Marcel Domingo, el portero francés del Atlético, y hace el sexto de los bilbainos.

Un cuarto de hora más tarde comenzó la debacle bilbaina. Al reloj le quedaban apenas ocho minutos para llegar al 90 cuando Ben Barek transformó un penalty, aunque el 6-4 todavía estaba muy lejos de la sorpresa. En el 40, Calsita se aprovechó de un error de Aramberri para estrechar aún más el marcador, y ya en el descuento, un golpe franco que lanzó Mencía, lo remató Juncosa de cabeza. Era la locura. Doce goles, tres de ellos en ocho minutos, un marcador impensable.

Nadie se lo podía esperar, pero tampoco que nevara en Las Palmas, como hizo aquellos días, o que Eleanor Roosvelt hubiera tenido que esperar cinco meses para conocer a su nieto porque su repleta agenda no le permitió hacerlo antes.

En los días en los que se estrenaba la película de la mula Francis, el Athletic de los cromos de las hojas Palmera empataba a seis en el Metropolitano, y todos los periódicos se referían a uno de los juegos más populares de la época, el dominó. "El seis doble", decía La Gaceta del Norte, mientras que Marca, con el patrocinio de la sastrería Félix del Hierro, de la calle Barquillo, nombraba a Panizo como el jugador más elegante del partido.

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