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Una bofetada que salió muy cara


HISTORIAS ATHLETIC

Se lo pasaron tan bien que decidieron bañarse desnudos en la piscina del hotel de Benicásim. Montaron un escándalo. Cuando estaban ya preparados, cogieron a don Urbano, el utilero, y le arrojaron vestido a la pileta. Pero sucedía que don Urbano era parapléjico así que fue preciso organizar una expedición de rescate para sacarle del agua. A él y a su silla de ruedas.

Y eso que no habían ganado. Ángel Villar, José Manuel Esnal, Mané, y sus compañeros del Getxo habían perdido unas horas antes, en Castalia, la final del campeonato de España de aficionados de 1971. Claro que frente a un rival de cuidado: el Futbol Club Barcelona. Cayeron 3-1 pero con honor. No dejaron de luchar ni un minuto de aquel partido al que tanto les había costado llegar. Fue la primera final de Mané y la disputó como jugador. También era la primera final de Villar, y su primer partido contra el Barcelona. "Mané era extremo derecha. Un jugador muy técnico. Jugaba muy bien al fútbol", según recuerda el presidente de la Federación Española de Futbol. "Había muy buen ambiente en aquel equipo. Nos entrenaba Manolín" –exjugador del Athletic y Real Madrid– "y aunque no éramos profesionales nos lo tomábamos muy a pecho. Teníamos ganas de hacer muchas cosas y veíamos aquellos partidos con mucha pasión", rememora Villar.

Mané trabajaba en una oficina y Villar estudiaba la carrera de Derecho en la Universidad de Deusto. Habían conseguido la machada de eliminar en semifinales al Real Madrid, en la mismísima Ciudad Deportiva, y con Santiago Bernabéu en el palco. El equipo blanco no había accedido a cambiar las fechas de la eliminatoria y el Getxo tuvo que jugar el mismo día contra el Madrid y ante el San Vicente de Raspeig, en la promoción de ascenso a Tercera División. "En el partido de ida, en Fadura, yo jugué por la mañana contra unos y por la tarde contra otros", recuerda Villar. "Ahora está prohibidísimo, y entonces creo que también".

En la vuelta, Villar fue a San Vicente de Raspeig con el equipo "grande". Los suplentes, los juveniles y los que tenían exámenes al día siguiente viajaron a Madrid, empataron a dos –después del empate a cero en casa–, y se clasificaron para la Final. Perdieron contra el Barça en Castalia, se bañaron desnudos y tiraron al agua a don Urbano.

Villar se volvió a encontrar con él, cuando siendo ya jugador del Athletic e internacional, el Getxo les entregó el mismo día la insignia de oro del club. Para entonces, Villar ya había jugado y ganado una final, frente al Castellón, había terminado la carrera de Derecho y le había pegado un bofetón a Johan Cruyff en San Mamés que dio la vuelta al mundo.

Villar dejó el Getxo para fichar por el Athletic. Era su destino natural. Había nacido en el número 8 de la calle Luis Briñas. Sólo tenía que cruzar la calzada para tocar con las manos las paredes de la General de San Mamés. En sus tiempos, cuando los coches apenas atravesaban la calle, jugaba con sus amigos en las puertas de la Catedral. Se hizo futbolista en los juveniles rojiblancos, en el campo de Firestone, y en San Ignacio, y cuando superó la categoría, le desechó el Athletic. Fichó por el Galdakao, y después por el Getxo. Pero durante una pretemporada, en el tradicional partido de Fadura entre Getxo y Athletic, a Villar le tocó enfrente Txutxi Aranguren. Se conocían de cuando los juveniles hacían de sparring del primer equipo. Txule negoció como un buen abogado en prácticas: "Txutxi, déjame lucirme", le dijo a su rival. Aranguren, solícito, le permitió jugar y el Athletic de nuevo se fijó en él. Villar regresó a San Mamés.

Enseguida alcanzó los galones de titular en el equipo rojiblanco, y la internacionalidad con Kubala en el banquillo de la selección española, pero cuando su nombre alcanzó fama en todo el planeta fue el día que le pegó aquel sopapo a Johan Cruyff, la figura del Fútbol Club Barcelona, apenas unos meses antes de que el holandés liderara a su selección en el Mundial de Alemania, que perdió en la final contra los anfitriones, pero dejando el sabor de su "fútbol total", que maravilló al mundo del fútbol.

Fue el 24 de marzo de 1973, en San Mamés. "Yo me había comprado unos días antes, unas espinilleras en Southampton. Sólo se veían en Inglaterra. Eran de plástico. muy diferentes a las que utilizábamos entonces, que eran de varillas de madera, metidas en unas fundas de goma elástica. La cuestión es que Cruyff, que era muy bueno, me pegó una patada que me rompió la espinillera".

Villar se enfadó. "Estaba muy caliente. Si me rompió la espinillera, me hubiera partido la tibia y el peroné si llego a llevar una de las antiguas, así que cuando me acerqué a él estaba encendido. Le pegué".

Fue un tortazo, y así se reflejó en el acta, "pero lo que yo intenté fue darle un puñetazo. Me vio venir y lo esquivó, así que todo se quedó en un cachete, pero enseguida me dí cuenta de que el árbitro, Soto Montesinos, lo había visto, así que ni siquiera me molesté en esperar a que me expulsara. Me fui yo sin mirar atrás".

Los que no habían visto la acción se quedaron asombrados ante la reacción de Villar y su carrera camino del vestuario; los que la vieron, la tomaron con Cruyff. El partido acabó con empate a cero, a pesar de que la expulsión se produjo en el minuto 36 del primer tiempo. Al acabar el partido, después de recibir una descomunal bronca de Iribar, Villar se acercó al vestuario del Barcelona, junto con un directivo, a pedir disculpas. "Ha estado bien lo que ha hecho", dijo después Rinus Michels, el entrenador azulgrana.

Pero el arrepentimiento no le eximió del castigo. El comité de competición le castigó con cuatro partidos y cien mil pesetas de multa. Villar, que se había ido de casa para evitar a la prensa, llamó a su padre:

– Aita, no voy a dormir.

– ¿Y dónde te vas a quedar?

– En casa de Ana [su novia]

– Ni se te ocurra.

Pero se quedó, y allí recibió una llamada del club:

–Que pases por el despacho del presidente.

Y José Antonio Eguidazu, un hombre muy rígido, le echó otra bronca como la de Iribar y le multó con otras cien mil pesetas por dañar la imagen del Athletic, aunque luego se suavizó y le dijo que, con motivo de su boda, el club le iba a hacer un buen regalo para compensar.

"Pero vaya regalo. En dos días, 200.000 pesetas por un puñetazo que ni siquiera pude dar a gusto. Me salió muy caro".

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