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Irezabal, el origen de la filosofía


HISTORIAS ROJIBLANCAS

Es complicado explicar, a alguien que llega de fuera, en qué consiste lo que en Bilbao se llama la "filosofía" del Athletic. Cuando Moisés condujo a los judios a la tierra prometida, recibió las tablas de la ley con los diez mandamientos. Algo tenían para apoyarse; en el camino del Athletic hacia el fútbol moderno no hay, sin embargo, ninguna ley o estatuto sobre los que se puedan apoyar los dirigentes a la hora de poner un límite.

Lo más parecido que se puede encontrar en relación a este asunto son las reflexiones de un presidente, Ricardo de Irezabal, que sustituyó en el cargo al conde de Vilallonga, nieto de la beata Rafael de Ibarra, cuando éste renunció a la reelección que le pidió por aclamación la Asamblea General del Athletic. Como era un caballero y había anunciado su cese, no rectificó su decisión.

Irezabal tenía algunas ideas sobre el fútbol que solía plasmar en artículos periodísticos. En particular, se convirtió en un defensor a ultranza del amateurismo, en contra del profesionalismo que cada vez se iba infiltrando más en el fútbol español, a través de diversos subterfugios. Apenas dos meses después de regresar a la presidencia del Athletic, en 1923, escribió un artículo en el diario Euzkadi.

El presidente del Athletic trataba de razonar su rechazo al fútbol profesional: "Es uno de los temas más discutidos y que más se han de discutir en el football, el del profesionalismo, porque se trata nada menos que del tránsito de una afición general, abierta al público, sin comparaciones con técnicos especializados, al establecimiento de una especie de carrera o profesión, que inevitablemente tiende a cerrar el camino al progreso del sport de los amateurs".

Irezabal venía a decir que el fútbol español no estaba preparado aún, en 1923, para dar el gran paso: "En otro países como en Inglaterra, por ejemplo, coexisten el profesionalismo y el entusiasmo por el juego de amateurs, pero cada país tiene una psicología propia y por ahora al menos, y seguramente en mucho tiempo, nosotros no estamos preparados para ello".

El presidente del Athletic trazaba las bases de una filosofía aplicada desde entonces en el club, sin necesidad de una regla escrita o ningún estatuto: "Mi opinión es contraria en todo punto al profesionalismo en la Península, porque si algo es simpático y vulgarizador del deporte en nuestro país es ese entusiasmo, esa unión que cada público toma con sus colores, lo que sería casi imposible tratándose de grupos profesionales, llegando yo, por este propio sentido que busco, hasta a señalar como suprema aspiración que siempre sean de la región respectiva los jugadores de cada club que tomen parte en los campeonatos".

Sabía que actuaba contracorriente: "Desgraciadamente, en el terreno de los hechos mis opiniones están demasiado contrariadas y no hay más que leer la prensa de las diversas capitales para ver la frecuencia con la que unos clubes culpan a otros de profesionalismo. Está sobre el tapete, en estos momentos, el pleito Celta-Deportivo-Coruña y es triste enterarnos de los que, con esta ocasión nos dicen los periódicos gallegos. No hablemos de algunas otras regiones".

Irezabal reclamaba su atención hacia el fútbol vasco y el mérito que suponía, ya en aquellos tiempos, triunfar sólo con jugadores de casa: "Hay que hacer justicia al football vasco, del que se puede asegurar que es el que sale mejor librado a este respecto y por eso sus triunfos despiertan la ola de entusiasmo que hemos visto en las últimas ocasiones. Sin ir más lejos, la temporada pasada el Athletic ganó el campeonato con once jugadores vizcaínos. No serán muchos los clubes ajenos a la región vasca que pudieran decir otro tanto".

De todas formas, el presidente del Athletic se resignaba. Sabía que sus tesis acabarían siendo derrotadas tarde o temprano, aunque trataba de alertar de los riesgos del profesionalismo: "Desgraciadamente, la misma importancia que va adquiriendo el football, la amplitud con la que el público contribuye a sus festivales, va facilitando el profesionalismo, y ya hay partidarios de él, de tal modo que reconozco que vencerá a la postre; pero el día de esa victoria será el del decaimiento del purismo de este deporte, que vendrá a ser sustituido por un espectáculo más, que por simpático e interesante que sea, no dejará de ser mercenario, ni identificará como hoy identifican los amateurs, los colores de un club con la emulación de una sociedad entera y de toda la juventud de una región".

Sus palabras en Euzkadi tuvieron eco, al parecer. La filosofía que pergeñaba sigue aún vigente –con matices–, en el Athletic de nuestros días. Irezabal era un nacionalista ortodoxo. Durante la Guerra Civil fue el responsable de la selección vasca que jugó en Europa y Sudamérica. Se tuvo que exiliar en México. Su hijo, Ricardo Irezabal Benguria, se salió de esa ortodoxia rojiblanca. Acabó como presidente del Atlético de Madrid, como sustituto de Vicente Calderón. Allí no se aplicaba la filosofía que propugnaba su padre.

En cierto modo, Irezabal padre e hijo recuerdan a los protagonistas de la última novela de José María Isasi, El hijo del hincha, y el conflicto generacional con el Athletic de por medio, entre un padre y su vástago.

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