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Mister Pentland, el prisionero / 2


Fred Pentland fue detenido el día 6 de noviembre en la localidad de Karlsruhe, en el sur del país, a orillas del Rin, y a pocos kilómetros de lo que en la actualidad es la frontera franco-alemana, cerca de la ciudad balnearia de Baden-Baden y de Estrasburgo, la ciudad francófona, que desde la finalización de la guerra franco-prusiana, en 1871, pertenecía a Alemania. También queda muy cerca la frontera suiza, pero Pentland no pudo atravesarla y quedó atrapado. No imaginaba el exfutbolista inglés que su reclusión iba a ser tan larga. Tampoco, que meses después de su liberación volvería a aquella región para comenzar, ya de manera ininterrumpida, su nueva profesión de entrenador. Cuando llegó al campo fue inscrito como el resto de los británicos e ingresó en el barracón número 11.

Pocas semanas antes, su padre, Joseph, había fallecido en Birmingham. Según relató en 1918 al semanario deportivo Sports Argus, un detective de la policía alemana se presentó en su domicilio a primera hora de la mañana y le conminó a que metiera en una maleta ropa suficiente como para varios días. "La amenaza del gobierno alemán que la gente creía que no se iba a materializar, se llevó a cabo".

A las ocho de la mañana del 6 de noviembre, un policía llamó a la puerta, despertó a Fred Pentland y le dio la orden de meter en un baúl la ropa y los artículos necesarios para hacer un viaje. "Era un tipo decente. Me tenía que acompañar a la estación de Policía y esperó a que desayunara. Después nos fuimos".

Llegaron juntos y allí Pentland se encontró con un grupo de ingleses que habían sido conducidos al mismo lugar. "Había un hombre de vacaciones y su chofer. Un gerente de obra, un estudiante, un corresponsal de prensa, un hombre de negocios y un comerciante de té. Un amplio grupo de gente". El jefe de policía les explicó que deberían permanecer en Karlsruhe algún tiempo y que luego serían trasladados a Ruhleben, cerca de Berlín donde se estaba preparando un campo de concentración para su ingreso. Les permitió coger varios taxis para llegar al lugar en el que los británicos deberían esperar. Algunos de ellos mencionaron la cárcel, pero nadie prensó que era una situación tan grave. Sin embargo, sus dudas desaparecieron pronto. Fueron conducidos a la prisión de la ciudad y recibidos allí por el director del establecimiento. Les comunicó que eran prisioneros y que desde ese instante deberían comportarse de acuerdo con las reglas del penal.

Los guardias les quitaron las maletas y les cachearon. El dinero, las cerillas, el tabaco y las agendas personales. "pasaron a otras manos". Tal como señalaba Pentland, "gracias al cielo el humor de la situación me permitió ver que cada uno de nuestros bolsillos era una colección extraordinariamente variada. Era divertido. Todos nosotros nos tuvimos que plegar a la majestad de la ley y ver las pertenencias de un hombre de negocios junto a las de un panadero".

El entrenador filosofaba: "He escuchado decir que los hombres traicionan a sus profesiones en sus rostros. Estos funcionarios de prisiones ciertamente lo hicieron. Tenían caras de hierro y hablaban como leones".

Cuando terminó el registro y las pertenencias de Pentland y el resto de los prisioneros desaparecieron del lugar, les condujeron a sus celdas. Ellos mismos se habían dividido en grupos de tres personas, adivinando las intenciones de sus carceleros, pero se llevaron la sorpresa de que cada uno fue conducido a una mazmorra individual.

"Mi apartamento no estaba amueblado al estilo de Maple & Co.", bromeaba Pentland, refiriéndose a una tienda de decoración ubicada en Tottenham Court Road, de Londres en 1870 y que después, gracias al éxito de sus muebles, se estableció también en París y Buenos Aires. "Tenía cinco o seis yardas de largo por cuatro de ancho", -más o menos la misma medida en metros-. "Había bastante altura, con la cama en la pared izquierda, encadenada al muro. Encontré dos mantas y un colchón. Hasta ese momento, no estaba mal, me dije a mí mismo. Había también un armario pequeño, un cubo para la basura, dos pequeños boles para comida, una mesa, una banqueta y la lista de equipamiento se completaba con un listado de reglas".

Las observaciones le ocuparon cinco minutos. Luego, "empece a cavilar furiosamente sobre lo que podía hacer para pasar el tiempo. Si mis carceleros me hubieran dado algo para hacer o para leer, podría haber contemplado el futuro con otro grado de complacencia, pero sin nada que hacer, sentía que la situación era intolerable. Yo era una persona acostumbrada a trabajar al aire libre, con los ojos afinados para observar el entusiasmo de los aficionados al fútbol, y en aquel momento intentaba entretenerme caminando arriba y abajo en una jaula como si fuera un animal. Empecé a maldecir el día en que se me ocurrió viajar a Alemania" (CONTINUARÁ)

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