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Mister Pentland, el prisionero / 5


Sin embargo, en el campo de concentración había otras actividades. "Se formó una sociedad de debate y el primer tema de discusión fue el divorcio. A veces, llegaban al campo ejemplares de periódicos ingleses y los leíamos. Una vez, un grupo de acróbatas reunió a un gran número de personas en una exhibición. En grupos, nos dejaban salir diariamente hasta Spandau para bañarnos, y en una de estas excursiones, un prisionero se escapó. Organizamos un club atlético y nuestros primeros esfuerzos fueron los de intentar correr y saltar. En otro lugar del campo se inauguró una zona de gimnasia sueca. Uno de los temas de discusión de la sociedad de debate que más agitado resultó llevó el título de ¿merece la pena vivir esta vida?"

El Yorkshire Evening Post informaba en diciembre de la reclusión en Ruhleben de Pentland y Bloomer, y se hacía eco de una carta enviada por el primero en la que trataba de tranquilizar a sus familiares y amigos. "Afirma que están todos bien, y tan contentos como se puede esperar en una situación así".

Meses después de los primeros eventos deportivos, de que comenzaran los foros de discusión y de que Pentland reseñara en sus memorias cómo transcurrieron las primeras navidades en el campo, los empeños del exfutbolista inglés y sus compañeros Cameron, Bloomer y algunos otros que habían practicado el fútbol y estaban internados en Ruhleben, iban a dar sus frutos. Los capitanes del campo de concentración se reunieron varias veces con los alemanes para conseguir el permiso de jugar al fútbol y también el de poder utilizar el centro del hipódromo para señalar los límites de un campo de juego. "y ya habíamos abandonado la esperanza", apunta Pentland, " cuando una noche del mes de marzo de 1915, el capitán Powell anunció, durante un concierto en la tribuna, que las autoridades del campo habían accedido a nuestras peticiones. Ninguno de los que estábamos allí olvidará la extraordinaria alegría con la que recibimos la noticia".

Pentland apunta en el libro que inmediatamente le vinieron a la cabeza las competiciones que se podían organizar, las ligas, las copas, los jugadores… Pero todavía debían acondicionar los campos de juego, preparar el terreno o levantar las porterías. No iba a ser una tarea fácil, pero el entusiasmo lo pudo todo. Al día siguiente, a pesar de la lluvia que caía con ferocidad, el capitán del campo Jack Swift, entró en el recinto con una cinta métrica en una mano y un balde de cal en la otra para delimitar el espacio de dos terrenos de juego para el fútbol. No le importó el agua ni que, en algunos lugares, la hierba hubiera crecido demasiado. Cada uno de los campos medía 115 yardas de largo por 58 de ancho, es decir, 105x53 metros. Tal vez un poco estrechos, pero suficientes para levantar la moral de los prisioneros.

El hipódromo, un recinto con dos largas rectas y dos grandes curvas en los extremos, tenía un terreno central dividido en dos partes. En una de ellas se alineaban los dos terrenos de fútbol, en paralelo a las tribunas y detrás, en perpendicular, otro campo para jugar al rugby, que se encajaba justo en la limitación de la curva. La otra mitad del terreno central no permitía la instalación de campos de juego, por sus irregularidades. Una parte importante de ese espacio estaba ocupado por una zanja que se llenaba de agua con las lluvias y que solía servir de improvisada piscina en los días calurosos del verano. (CONTINUARÁ)

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