El fraude de los oriundos
Todo empezó en Barcelona. Dos periódicos -el Nuevo Diario y el Ya- publicaron sendos artículos en los que se sospechaba sobre la verdadera nacionalidad de un jugador azulgrana, Cos. Según estos diarios ya desaparecidos, el futbolista Bernardo Patricio Fernández Cos, en vez de ser un español nacido en Santísima Trinidad (Paraguay), se llamaba realmente Bernardo Patricio Cos Luján, era argentino y había visto la luz en la ciudad de Córdoba.
En vez de tratar de silenciar el asunto, el entonces gerente del Fútbol Club Barcelona, Bernardo Carabén, se puso nervioso. No se le ocurrió decir otra cosa que su club no era el único, que en España había más de cuarenta futbolistas en la misma situación.
Los dos clubes que no tenían ningún extranjero en sus filas, el Athletic y la Real Sociedad, pidieron explicaciones, y nadie se las quiso dar.
A los presidentes de ambas sociedades, José Antonio Eguidazu y José Luis Orbegozo, respectivamente, les parecía un poco raro que hubiera tanto español nacido en América jugando en todas las categorías en la temporada 1975-76. Eran 87 los jugadores llegados del otro lado del Atlántico y con pasaporte español. En Primera y Segunda, la mayoría, pero también 18 en Tercera Division y diez... ¡en Primera Regional! El desmadre. Y todos ellos eran hijos de españoles, confesaban. El colmo fue Adorno. Cuando llegó a España, dijo que su padre era de Celta de Vigo. Claro que ni él mismo se aclaraba sobre su origen. Primero dijo que era de Puerto Aragón y luego de Corrientes. La falta de memoria era una de las características de los oriundos. Aguirre Suárez decía haber venido al mundo en Ceballos (Paraguay), pese a que en Tucumán (Argentina) juraban que era de allí. Incluso en sus inicios futbolísticos era conocido como 'El Tucumano'.
Otros renegaban de sus ancestros. Crispín Maciel tenía un padre militar de alta graduación. Cuando llegó a España se convirtió en tío, porque le apareció otro progenitor español. Además, le creció un apellido García delante de los de siempre.
Carlos 'Lobo' Diarte también cazó un Martínez para anteponer a sus apellidos. Valdez era huérfano según la partida de nacimiento, pero al llegar a Valencia -¡milagro!- surgieron los padres de la nada.
Los intentos por aclarar la situación chocaron contra el muro federativo, primero el de Pérez Payá y después el de Pablo Porta. Orbegozo y Eguidazu contrataron los servicios legales de José María Gil Robles y se dirigieron también a un detective privado, Jesús Gallo, que se desplazó a Suramérica para investigar. Como titulaba una revista de la epoca, «Gallo se metió en la boca del lobo». Viajó por Paraguay, Uruguay y Argentina. Adelgazó seis kilos, sufrió amenazas y la persecución de un oscuro personaje, un abogado que viajó desde España para dificultarle las pesquisas. «Cuando preguntaba en algún club por los datos de jugadores, se reían de mí. Allí todos sabían todo», recuerda. Desde el 15 de octubre al 16 de noviembre de 1975 indagó, consiguió pruebas, datos y partidas de nacimiento. Volvió a casa cargado de documentos incriminatorios.
Final feliz, pensaron los ingenuos. Pero no. Los clubes vascos, con todos los papeles en la mano, acudieron a los tribunales de Justicia. Los jueces admitieron a trámite las querellas. Además, en el mismo momento en que supieron toda la verdad, decidieron impugnar los partidos en los que actuaban jugadores sospechosos de fraude. Es decir: los del Real Madrid por Roberto Martínez y Anzarda, los del Oviedo por Jacquet, los del Valencia por Valdez y los del Barcelona por Cos. En la prensa nacional, el acoso al Athletic y la Real fue feroz por parte de algunos columnistas establecidos en el status quo. De hecho, los primeros gestos de animadversión a los clubes vascos empezaron a llegar entonces con la decisión firme que afectaba a muchos clubes.
Sin embargo no obtuvieron ningún resultado. Los jueces daban la razón a Athletic y Real, pero la Federación no se daba por enterada y se creía al margen de lo que decidían los tribunales. Sólo reaccionó cuando en un partido de clasificación para la Eurocopa, Dinamarca impugnó la alineación del jugador del Real Madrid Roberto Martínez. Trató de tapar el escándalo y el extremo madridista sólo fue convocado una vez más con España, que temía la sanción.
Tampoco la Delegación Nacional de Deportes, el organismo franquista que regía los destinos deportivos, quiso colaborar. Al final, todo acabó en nada. Murió Franco, llegó el Rey y la amnistía general acogió bajo su manto a todos los irregulares. Una vez lavados los trapos sucios en el indulto real, la Federación envió un informe a los clubes vascos en el que reconocía la razón de éstos en todas sus denuncias.
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