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El gol de Rocky que valió una Liga


Un sudor frío corrió por la espalda de cuarenta y nueve mil almas que abarrotaban San Mamés y de varios cientos de miles más que escuchaban a través de la radio lo que en la Catedral estaba sucediendo. Un centro pasado sobre el área de Zubizarreta golpeó en la cabeza de Pello Uralde y se alojó en la red.

El silencio fue tan sobrecogedor que hasta el mismo árbitro, Merino González, dudó un instante. Sarabia, listo como el hambre, quiso aprovecharse de la situación y le ordenó a su portero que sacara de puerta como si nada hubiera sucedido. Fueron unos segundos que parecieron horas. Tuvo que ser el juez de línea el que sacara de su error al colegiado y desenmascarara la trampa que se le intentaba tender.

A Uralde se le quedó cara de haber cometido un pecado gravísimo.Sólo Begiristain, entonces un chavalillo, tuvo el valor de acercarse a consolarle por el gol que había marcado. Tal vez, el tanto menos celebrado por equipo alguno en la larga historia de la Liga.

El gol de la Real era el empate a uno frente al Athletic, pero lo más grave era el significado de lo que acababa de suceder.A los leones les hacía falta vencer de forma imperiosa para ganar la octava Liga de su historia y, después de treinta y siete partidos, tan sólo quedaban quince minutos para rectificar.

Fue una Liga de nervios. Después de un campeonato anterior en el que había jugado de manera importante el factor sorpresa, ya que el Athletic era un equipo que en principio no contaba, esta competición se presentó de manera diferente.

El aficionado de San Mamés tuvo que sufrir unas semanas antes, con el campo abarrotado, cuando el conjunto rojiblanco se vio en la obligación de remontar el gol que marcó el Real Madrid, el rival más enconado para conseguir el título. Goikoetxea primero y Dani, a falta de diez minutos, resolvieron la papeleta, pero aún quedaban muchos escalones para llegar al final de la escalera.

El penúltimo se subió en Valencia. Más de diez mil ilusionados bilbainos se marcharon de excursión hasta las orillas del Turia para animar a su equipo. Eran los mismos a los que tres días antes se les secaba la garganta cuando los penalties tuvieron que resolver el paso a la final de Copa tras una dura eliminatoria, de nuevo contra el Real Madrid. Lo de Valencia fue inenarrable.A falta de quince minutos aún campeaba el empate a cero en el marcador.

En ese instante, un balón suelto en el área que se quedó a los pies de Dani, lo aprovechó el de Sodupe para marcar el cero a uno y hacer rugir a la marea rojiblanca que ese domingo inundó Valencia.

Pero un par de minutos después empataron los de casa y ese empate era mortal. No estaba todo perdido, pues otra vez apareció Dani, que desde la izquierda lanzó un centro que se recuerda en la distancia del tiempo a cámara lenta. El balón supera a la defensa y al portero y Noriega, en un salto en el que arrastraba el alma, cabecea a la red. El delirio. El Athletic estaba en condiciones de birlarle otra vez el título de Liga al Real Madrid, esta vez sin necesidad de aventajarle en puntos ya que el porcentaje de goles era favorable al equipo bilbaino.

Pero restaba un cuarto de hora y el empate de Uralde había complicado las cosas. Era necesario marcar otro gol. Clemente mandó a sus chicos hacia una última ofensiva. El agobio sobre el área de la Real era incesante y en uno de esos balones jugados hacia la portería de Arkonada, un defensa envió el balón por la línea de fondo. Corner a favor del Athletic, desde la derecha y para las botas de Estanis Argote.

El de Zarautz colocó la pelota con mimo, apenas rozando la línea de fondo, en el ángulo más cercano a la portería. Cogió tres metros de carrerilla y le pegó de rosca con la izquierda de seda.El balón comenzó su vuelo mientras Liceranzu, dos metros más allá del punto de penalti esperaba, como despistado y sin ningún jugador de la Real en las cercanías. «Quedaban diez minutos y teníamos que ganar, pero durante toda la Liga y sobre todo en casa, cuando el equipo no iba ganando holgadamente, tanto Goiko como yo subíamos en los corners».

Iñigo Liceranzu se adelantó convencido de poder marcar. «Subía para intentarlo y estábamos toda la delantera menos el que sacaba el corner, Goikoetxea y yo». El balón llegó a su punto más alto y comenzó a caer. Pasó rozando las cabezas de Goiko y Gorriz, que saltaron en su búsqueda.

En el área pequeña. El tiempo se paró. Liceranzu estaba ya junto a Larrañaga pisando la raya del área pequeña. La pelota impactó con su frente y cambió de trayectoria. Dentro del área chica un enjambre de jugadores: Sarabia junto a Gajate en la derecha.Uralde, Begiristain, Dani y Arconada. El guardameta iniciaba la salida pero tuvo que rectificar. No le dio tiempo a lanzarse y vio como el balón se iba, a media altura y junto al palo, al fondo de la red. «Vi que era un buen remate; luego has de seguir la trayectoria de la pelota. Entró bastante ajustada al palo.Pero fue perfecto, no hay portero que lo pueda agarrar».

Liceranzu levantó los brazos, Goikoetxea también. Sarabia se echó las manos a la cabeza de alegría. Dani y Urtubi corrieron hacia el autor del gol 3.000. «Ahí ya se desbordó. Quedaban pocos minutos y al ver que había entrado San Mamés se caía. Pasan un montón de cosas por la cabeza... Es como un sueño, que te levantas y no sabes lo que has soñado. Tienes una exteriorización de alegría pero al cabo de un rato no te acuerdas, no puedes contarlo; hay que vivirlo. Lo primero que pensé es que aquello había servido para ganar, que el balón había entrado. Entra, entra... y gol».El tres mil en la historia del Athletic, el gol que valía una Liga.

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