Koldo Agirre, toda una vida
Es que no había más que el fútbol. Jugábamos en la carretera, con pelotas de trapo o de lo que fuera. No teníamos televisión ni radio. No teníamos ídolos porque no los veíamos ni escuchábamos los partidos. Después de jugar con los amigos empecé más en serio en los torneos de Acción Católica, en Basozabal, en Elotxelerri, en Ategorri.
Mi primer equipo federado fue el Getxo. Fui con 15 años y jugué muy poquito en los juveniles. Debuté a los 16 años en Tercera División, que era una categoría muy fuerte. No era fácil jugar tan joven en Tercera. El Getxo pagaba una multa cada jornada porque yo no podía jugar con esa edad. Pero el presidente, Angel Astorqui, lo asumió.
Aquel equipo era un gran escaparate. Era casi el filial del Athletic. Me vinieron a ver y no pasé pruebas ni nada. Me dijeron a ver si quería fichar y les dije que sí, que claro. Estudié contabilidad en una academia y trabajaba con un tío que era fontanero, pero el fútbol fue mi vida. El primer sueldo era de 5.000 pesetas al mes y una ficha de 70.000. Eso durante dos años, y si pasabas la criba, tres años más de contrato con otra ficha. Creo que la pasé con nota porque a los 19 años ya gané la Copa.
Fue la final de los aldeanos, que dijo el presidente Enrique Guizmán. Era contra el Real Madrid, los galácticos de la época, en su campo. Ganamos dos a cero. Acababan de ganar la Copa de Europa. De aquella final recuerdo que yo era el más joven. Piru casi me doblaba. Los directivos se acercaban a mí y me decían: «Tranquilo chaval», y yo que estaba tranquilo me empecé a poner nervioso, así que me levanté y fui donde Albeniz, el entrenador, a decirle: «Dígales por favor a todos estos que se marchen porque me están poniendo malo» y les mandó salir del vestuario.
En aquel tiempo jugaban cinco delanteros. Yo era el que más atrás jugaba. Uribe lo hacía más arriba. Bajaba al medio campo y me emparejaba con Santiesteban o Zarraga. A veces también con Alfredo Di Stéfano, que bajaba mucho. Entre Etura y yo le tapamos muy bien. A mí me parece que Di Stéfano ha sido el mejor jugador del mundo.
En el Athletic esa fue la primera alegría grande. La primera decepción me la llevé antes, cuando no pude debutar. Me habían inscrito tres días tarde en el Registro del Ayuntamiento de Sondika y no daba la edad mínima para jugar. Hubiera sido debut y despedida en la Copa porque aquel día nos eliminó el Espanyol. Debuté por fin contra el Zaragoza, perdimos 2-1, pero fue una felicidad.A mí no me quitaba nadie jugar en el Athletic.
En aquellas épocas había más jerarquías en el equipo. Se respetaba a los mayores. Yo, en los viajes, me mareaba. Tenía que tomarme una biodramina, así que en uno de los primeros viajes en autobús en Gijón, madrugué para sentarme delante, en la primera fila y no marearme. Me senté en cabeza, fueron llegando los compañeros, me decían, «chaval, qué haces aquí, para atrás», y acabé en la última fila. Antes de salir de Gijón ya había vomitado.
Luego pasaron los años, llegué a capitán del Athletic. Lo fui en aquella eliminatoria de Anfield contra el Liverpool.Hicimos el mismo resultado que en Bilbao y en la prórroga no hubo goles. No había desempate ni se tiraban penalties. Nos los jugamos a cara y cruz. Yo no sabía inglés. Bajó el presidente Javier Prado y hablaron. Le pregunté a ver lo que había elegido y me dijo que azul. El árbitro tiró la moneda y salió rojo. Pensé: adiós, hemos perdido, pero no. Habían hablado que la primera vez se tiraba para tener la preferencia de elegir color. Eligió el capitán del Liverpool. Salió nuestro color. Todos los compañeros se enteraron de que habíamos ganado por el salto que dí.
Con el único entrenador con el que tuve un roce fue con Piru Gainza, que fue el que luego me recomendó para entrenar al equipo. Ibamos en coche cama hacia Málaga, apareció Gainza dando voces y yo como era el segundo capitán le contesté. A raiz de eso no me puso aquel partido y estuve sin jugar mes y medio. Hablé con el presidente, Julio Egusquiza, le conté lo que había ocurrido y me dijo que en el club el que manda es el entrenador.
Los viajes en mi época eran así, en coche cama o en autocar.El avión sólo para viajar al extranjero. De Bilbao a Madrid nos sabíamos de memoria los baches de la carretera. Tardábamos nueve horas. Salíamos a las nueve de la mañana y llegábamos al parador de Aranda de Duero a las dos. Comíamos y llegabas a las siete a Madrid. Casi todos los viajes eran de tres o cuatro días. Salíamos el viernes y volvíamos el lunes. Si jugábamos en Jaén, por ejemplo, viajabas el viernes y parte del sábado. Después del partido llegábamos hasta Bailen y estábamos en Bilbao el lunes por la noche.
Muy buenos jugadores. En mi puesto había jugadores muy buenos: Velázquez, Claramunt, Kubala o Evaristo, además de Di Stéfano, que era Dios. Por decir algo de mi puesto ya que he jugado de todo. Una vez fui a Pamplona de portero suplente. Menos mal que llegó Chomin que es de Sondika, como yo, a última hora. En el Athletic he tenido grandes compañeros. He sido amigo de todos, pero El Txopo ha sido un mito. Cuando empecé, José Luis Artetxe, que fue quien mejores consejos me dio. Después, Fidel Uriarte, Argoitia, Etxeberria, Aranguren...
Mi bestia negra jugaba en el Córdoba. Cada vez que teníamos que viajar allí los compañeros me hacían bromas: «Jugamos con diez.Este se va a esconder». Se llamaba Costa, un canario que luego se mató en un accidente de tráfico. Yo no terminaba un partido en el Arcangel, siempre salía lesionado. Unas veces por sus patadas y en otra ocasión porque pensé que estaba detrás de mí, hice el apoyo mal al girarme y me lesioné el menisco. Con los árbitros no tuve problemas. En mis tiempos no había tarjetas y cuando protestaba no me paraba. Lo hacía de pasada y seguía corriendo.Decía una cosa y me iba. No me echaron nunca de un campo de fútbol, ni de jugador ni de entrenador.
Me fui del Athletic por una cuestión personal. Ronnie Allen quería que me quedase, pero me dieron la noticia de que mi hermano, que jugaba de portero en el Real Madrid amateur, tenía leucemia y se iba a morir. Sólo lo sabía yo. Ni mi madre ni mi hermana estaban enteradas. Quería evadirme y me fui al Sabadell. Me sirvió de poco porque me fui en verano y murió en octubre. Aquello era otro mundo. Fiché por tres años y sólo aguanté uno. Me retiré.Rosón, el presidente, me decía: «¿Nos vas a perdonar dos años?», le dije que sí, que me iba a casa. Nada más retirarme me casé.Yo ahora cuando algunos futbolistas del Athletic se quejan o reniegan les digo que si salen de aquí se van a dar cuenta de lo que es éste club.
Como entrenador estuve media temporada en el Erandio y luego en el Villosa y el Alavés. Saqué el título nacional en 1975. Estaba ya en Lezama, con infantiles. Cuando me dijeron que iba a entrenar al Athletic no lo esperaba. Querían fichar a un inglés pero Piru Gainza le dijo a Eguidazu: «tenemos aquí a Koldo, con todas las garantías». Fichamos a Churruca. Costó 50 millones que se amortizaron con la UEFA.
Fuimos segundones en todo, hasta en el Villa de Bilbao, el de Madrid y el Carranza. Luego en la UEFA y en la primera Copa del Rey. El recuerdo más vivo es el del partido de San Siro, cuando perdíamos 3-0. Lo pasé muy mal. Me lo dijo Willy Perdiguero.«Nunca te he visto tan mal». Menos mal que el árbitro inglés nos pitó un penalti y lo metimos. Si no, habría llamado desde Milán a mi mujer para decirle que me iba a vivir a Siberia. No hubiera regresado a Bilbao. Llegábamos allí después de haber perdido 5-0 en Atocha. Era demasiado.
Las dos finales, pues bueno. Luego le das vueltas. En la final de Copa, cuando llegamos a los penalties le dije a un directivo: «Ya hemos perdido. Este tiene una suerte de la leche», porque enfrente estaba Rafa Iriondo, que es un suertudo. Nos pesó salir de favoritos.
Después llegó el Hércules. Estuve tres años, que es muy difícil allí. Cobré todo y mucho. Más que en el Athletic. Luego el Valencia.Nadie lo dice. Todos se acuerdan de la final de la UEFA, pero le ganamos al Madrid el último partido, nos salvamos y le dimos la Liga al Athletic. Fue un gol en una jugada que la habíamos ensayado 4.000 veces y no salió nunca. Sólo aquel día. Creo sinceramente que por aquello me merecía haber dado un paseito en la Gabarra.Me llevaron a hombros desde el campo hasta el hotel. Disfruté tres o cuatro días con los amigos de Valencia.
Ha merecido la pena vivir para el fútbol. Ahora vivo todavía para el fútbol, con los peñistas. Casi todo lo que soy se lo debo a este club. Si volviese a la juventud me gustaría fichar otra vez por el Athletic.