Del Athletic al campeón de Europa
Soy Manuel Martínez Canales, me llamaban Manolín. De pequeños jugábamos en la placita del Puerto Viejo de Algorta, con pelotas de trapo y una portería con jerseys a cada lado. A veces la pelota se nos metía en la tienda de los Zarragoitia, donde vivía Leduvina, que siempre tenía abierta la puerta de la cocina, y entrábamos a toda prisa para no quedarnos sin la pelota, que Saturnino, su marido, era muy bruto. Mi infancia fue bastante difícil. Me tocó vivir la guerra con ocho años. Los siguientes fueron muy malos, hasta los catorce. Fue duro, con cinco o seis muertos en la familia. Mi padre era jardinero.Trabajaba en una casa de Neguri antes de la guerra y después le metieron en la cárcel. Jugaba al fútbol sin parar. En el Puerto la única diversión era el deporte. En la playa fútbol y en el pórtico de Etxetxu, a pelota. También jugábamos al golf. Ibamos a los greens del campo de Neguri, que estaba junto a la estación. Lanzaban las pelotas y las que caían al río Gobela, que tenía poca profundidad, las cogíamos nosotros. En Ereaga practicábamos de punta a punta, sobre todo en invierno, cuando no había nadie. Estudié en las monjas de la Caridad del Puerto, luego en las Escuelas de San Nicolás y en Zabala y más tarde en la academia de Náutica, en Las Barreras. Pero lo mío era jugar al fútbol, a todas horas. Se organizaban torneos de barrio, en la explanada de la playa. Pusieron porterías reglamentarias. los que destacaban iban al Getxo y yo con 15 años fiché por el Arrigunaga, el filial. Jugamos la final del campeonato de Aficionados contra el Indautxu.Tenían un equipazo. Yo me iba a trabajar andando a las obras a Las Arenas, casi tres kilómetros, luego a mediodía a casa a comer, también a pie. Otra vez a trabajar y al acabar, al entrenamiento.Ganaba una peseta al día. Del Getxo, del Barakaldo y el Sestao era de donde más futbolistas salían. Estuve dos años y me marché a la mili. Tenía cartilla de navegar así que me mandaron a la Marina, a El Ferrol. En el club pensaron que era mejor que fuera voluntario y que al llegar al cuartel no dijera que era futbolista. Me iban a arreglar los papeles para volver a un destacamento que había en Erandio. Pero en El Ferrol, en el cuartel de Los Dolores, alguien fue con el cuento de que yo jugaba al fútbol. Yo decía que no, porque tenía la posibilidad de fichar por el Athletic. Pero para que jugara allí, me enviaron al buque insignia de la Armada, el crucero Canarias. Era todo el tiempo guardias, guardias y guardias. Para no perder la forma me dedicaba a correr por la cubierta. Un día que salí lloviendo, me pilló un oficial y me ordenó que me quitara las alpargatas y las echara al agua.«Si quiere correr, corra descalzo», y pensé, ¡mecagüen diez!, corro descalzo o como sea. Pero al final como las cosas estaban tal mal tuve que claudicar y aceptar irme al Racing de Ferrol. Al menos era un equipo de Segunda División. Me pasaron del barco al cuartel. Tenía permiso para salir, estar todo el día en la calle y volver sólo para dormir. Cenaba en una pensión y regresaba al cuartel, pero era un peligro. Los centinelas eran unos bestias.Te podían pegar un tiro si no te acordabas del santo y seña. Así que me dejaron quedarme a dormir fuera y presentarme una vez al mes. Después de una temporada en el Racing, en el club me arreglaron las cosas para irme al destacamento de Erandio. Solíamos ir a hacer guardias a la Punta del Morro, en el faro de Algorta. Un día llegábamos en el tren y estaba esperando en el andén el gerente del Athletic, Darío Zabala. Se acerca y me dice: «Chaval, vete a casa, coge la maleta y al club, que vamos a jugar un torneo en Badajoz». El capitán que iba con nosotros le contesta: «¿Cómo que vete? Este se viene al cuartel, que es lo que le corresponde».El gerente le respondió: «Le garantizo que está todo arreglado para que pueda venir», y el capitán me advirtió: «Tú verás lo que haces. Te arriesgas a que te manden a la cárcel militar de El Ferrol». Pero tenía tanta ilusión que me fui a por la maleta y delante del club me estaban esperando en el autobús. A los 16 años alguna vez me había ido a entrenar con Urquizu en Ategorri, el campo del Erandio. Pero la primera vez me pidió que hiciera un pase largo a Piru Gainza, con aquellos balones que pesaban cien kilos. Me quedé a medias. «No me vale», gritó.«¡Fuera!» Me fui para casa llorando. Quince días después me llamaron otra vez y dije: «No voy», y no fui. Desde que me monté en el autobús en las siguientes temporadas sólo dejé de jugar un partido, por un frío que cogí en el autobús camino de Lérida. Así viajábamos aunque también fui en el primer viaje en avión del Athletic, a Málaga. Pasamos mucho miedo con aquellos aviones. Nando tenía pánico y no montaba. Una vez que fuimos a Sevilla, él viajó en coche y llegó unos minutos antes de que empezara el partido, y hecho polvo. Jugúe dos finales y gané una. La primera fue contra el Valladolid. Hacía un calor terrible y habíamos disputado el jueves una prórroga contra el Valencia y luego, otra hasta que algún equipo marcara un gol. Lo hizo Piru. Celaya no pudo jugar la final porque tenía un tirón, se puso una manta eléctrica, se quedó dormido y se quemó la pierna. Salió Aramberri en su lugar. Fiché por el Real Madrid después de un incidente con Daucik. Estábamos molestos en el equipo por algunas de sus actitudes.Todos los domingos pasaba algo. Decidimos decírselo antes de un partido. El encargado era Piru Gainza, pero llegó tarde, no sé si a propósito o porque no se atrevía. Me dijeron los demás que lo hiciera yo. Ese fue mi error, asumirlo. Debía haber sido más frío, más calculador, más pelota. Pero yo era muy vehemente. Se lo dije con educación: «Don Fernando, aquí hay un poco de malestar», y me respondió: «cállese, hablador. Además, usted va a jugar», como si con eso pudiera comprarme. Le respondí que aquella era la opinión de todos. Me enfadé mucho. Reaccioné de manera inadecuada. Me replicó: «Vístase y a la calle». Justo entonces llegó Gainza. Aquel día perdimos contra el Atlético de Madrid. Desde entonces ya no me puso, aunque me llevaron a la selección, así que le escribí una carta a Ipiña, el secretario técnico del Real Madrid, contándole lo que me pasaba. Daucik se enteró y me dijo en su español particular: «Si tú querer, yo conseguir más dinero», pero le dije que no, que me iba. El Madrid dijo que sí, así que me marché. Jugué la Copa con ellos. Fui para sustituir a Miguel Muñoz, que era ya mayor, pero había una camarilla en la que estaba con Di Stéfano. Villalonga, el entrenador, se dejaba influir. En el Real Madrid siempre han existido clanes alrededor del líder, aunque ahora Raúl es bastante prudente. Te aburrían. Me hacían cosas que eran para desanimarse, y con la mala leche que tenía yo... En el Bernabéu regalaban cada partido una cafetera al mejor jugador, votado por los periodistas. Me la dieron tres veces y entonces al domingo siguiente no jugaba. Me adaptaba a muchos sitios pero no jugaba, así que un día le dije a Bernabéu, que era un tío cojonudo, que me quería marchar: «Mire, don Santiago, usted sabe que yo puedo jugar en este equipo y no estoy a gusto». Me dijo: «¿Qué quieres?». «Ir a jugar», respondí. Me quiso fichar el Español, en el que estaba Zamora de entrenador, pero a Bernabéu no le pareció bien y me traspasó al Zaragoza. Bernabéu bajó un día al vestuario porque Di Stéfano había aparecido en un anuncio de medias de señora. Le echó una bronca delante de todos. El Real Madrid fue el mejor equipo por su trato a los futbolistas. Estuve tres años en Zaragoza pero con 31 me rompieron el peroné en San Mamés. Estuve seis meses de baja. Fiché por el Recreativo y ahí acabé la carrera de jugador. Luego empecé a entrenar al Santurce, Me liaron y acabé jugando. Luego al Alavés, el Orense, el Getxo, el Palencia, el Lugo, la Leonesa, el Mallorca, el Lorca...Siempre con la familia a cuestas hasta los 60 años. En Mallorca, un directivo me ofreció dinero para que aceptara a dos hondureños porque así metía el cazo. Ahora hubiera ganado más dinero, pero en todas las épocas ha habido futbolistas que no se han organizado y perdieron toda su fortuna. Yo, por ejemplo, en el Real Madrid no tenía coche como los demás. Iba andando de mi casa al entrenamiento y del entrenamiento a casa. Si tenía que desplazarme al centro cogía el Metro. Compré el primer coche en Huelva. Con las 75.000 pesetas de la prima de ganar la Copa de Europa te podías comprar un piso. Afortunadamente supe administrar.
NOTA: Manuel Martínez Canales, "Manolín", murió el 25 de julio de 2014.