Mister Pentland, el prisionero / 14
Durante los cuatro años de reclusión, el campo fue perdiendo prisioneros. Las autoridades alemanas deportaron sistemáticamente a todos aquellos que sobrepasaban los 55 años, pero en los últimos meses esa regla se relajó aún más. Uno de los mejores amigos de Pentland, Steve Bloomer, fue liberado dos meses después de cumplir 44 años, en marzo de 1918. Poco antes, el que fuera gran figura del fútbol inglés había recibido un cruel mazazo. Le comunicaron que su hija Violet, de 17 años, había fallecido tras una corta enfermedad. El 22 de marzo, Bloomer fue autorizado a viajar a la neutral Holanda. Unos días antes, sus compañeros del campo de concentración organizaron un partido de fútbol a modo de homenaje y despedida del que quedó constancia en una fotografía realizada delante de una de las porterías del terreno de juego y en la que también aparece Pentland (el primer jugador por la derecha, en la fila de arriba). En Holanda, Bloomer esperó la llegada del fin de la guerra. "Las escenas que vi hasta llegar al tren me sorprendieron mucho", decía en sus memorias. "Había más hambre fuera del campo que dentro. Las madres con sus hijos se nos acercaban para mendigar una tableta de chocolate o unas galletas". El tren en el que Bloomer llegó a Holanda fue recibido por centenares de británicos que residían en aquel país. "Me sorprendió muchísimo cuando vi que la gente me reconocía". También al observar que en Holanda había más hambre que en Alemania. Después de pasar varios meses entrenando a un equipo de los Países Bajos, el Amsterdam Blaw Wit, que requirió sus servicios, seis días después de acabar la contienda bélica, el exfutbolista embarcó hacia Inglaterra. Tocó tierra el 22 de noviembre, en los muelles de Hull. Allí acabó su amarga aventura. Volvería a encontrarse con su amigo Frederick Pentland en Bilbao, unos años después. Durante el verano de 1918 las condiciones en el campo de concentración eran muy malas, a la par que Alemania comenzaba a sufrir una escasez insoportable. Las restricciones de todo tipo hundieron a la población germana, hasta tal punto que los soldados que vigilaban el campamento de prisioneros, rebuscaban entre las basuras en busca de restos de carne y de tocino de las ya de por sí escasas raciones de los allí internados, pero que llegaban regularmente desde Gran Bretaña gracias a la intervención de la Cruz Roja y otras organizaciones humanitarias. Para ese momento, los contingentes de soldados que rodeaban el campo, estaban compuestos por reservistas y militares retirados. Todos los hombres jóvenes de Alemania habían tenido que acudir al frente. El Reich estaba perdiendo la guerra. La batalla de Amiens, el 8 de agosto, precipitó los acontecimientos. Con la entrada de Estados Unidos, la contienda se decantó hacia los aliados y en esa fecha, rompieron la resistencia de las trincheras alemanas y entraron en Bélgica. El Alto Mando del ejército pidió comenzar las negociaciones de paz. Después de una revolución obrera en Berlín, el Kaiser Guillermo huyó del país y se instaló en Holanda. La nueva República alemana firmó, poco después, el armisticio en el bosque de Compiegnes, en un vagón de tren que años después sacaría de sus cocheras el infame Hitler para obligar a los franceses a hacer lo mismo. La guerra acabó oficialmente el 11 de noviembre de 1918 a las 11.00 horas. (CONTINUARÁ)